Domingo 18 de septiembre – 25º durante el año
Lucas 16, 1-13
La parábola de esta semana es un poco confusa e incluso desorienta. La cuestión sin embargo no está en el contenido concreto de la historia sino en lo que Jesús espera de quien ha decidido seguirlo.
Se trata del administrador injusto que, está a punto de perder todo y para salvarse de esa situación, recurre a una jugada astuta y muy poco correcta, para conseguir la simpatía de los deudores de su amo esperando que lo ayuden cuando pierda su trabajo.
No nos invita a imitar la injusticia que el administrador está cometiendo, sino a utilizar la astucia y prontitud con que actúa. Es posible que Jesús quiera decirnos que nos iría mejor si la picardía que mostramos para las cosas del mundo la aplicáramos a trabajar por Reino…
El mensaje de Jesús obliga a un replanteamiento total de la vida; quien escucha el Evangelio descubre que se le invita a comprender, de una manera nueva, el sentido de la vida y a tener otra actitud frente a ella.
Es difícil permanecer indiferente ante la palabra de Jesús, al menos si quiere ser más humano cada día. Es difícil no sentir inquietud y hasta cierto malestar al escuchar palabras como las que hoy nos recuerda el texto evangélico: «No se puede servir a Dios y al Dinero».
Es imposible ser fiel a un Dios que es Padre de todos y vivir al mismo tiempo esclavo del dinero y del propio interés. Solo hay una manera de vivir como «hijo» de Dios, y es vivir como «hermano» de los demás. El que vive solo al servicio de sus cosas e intereses no puede ocuparse de sus hermanos, y no puede, por tanto, ser hijo fiel de Dios.
El que toma en serio a Jesús sabe que no puede organizar su vida desde el proyecto egoísta de poseer siempre más y más. A quien vive dominado por el interés económico, aunque viva una vida piadosa y recta, le falta algo esencial para ser cristiano: romper la tentación del «poseer» que le quita libertad para escuchar y responder mejor a las necesidades de los pobres.
No hay otra manera. Y no puede engañarse, creyéndose «pobre de espíritu» en lo íntimo de su corazón, pues quien tiene alma de pobre no sigue disfrutando tranquilamente de lo que tiene mientras junto a él hay necesitados hasta de lo más elemental., necesita compartir.
Tampoco podemos engañarnos pensando que «los ricos» siempre son los otros. La crisis económica, que está dejando afuera a tantos hombres y mujeres, nos obliga a revisar nuestros presupuestos, y nos daremos cuenta que tenemos más que lo que necesitamos, siempre hay algo para ayudar a los que no tienen nada.
Las parábolas tienen la capacidad de cuestionar, de hacer que nos sintamos involucrados y comprometidos. Acá lo importante no es juzgar las conductas de los protagonistas del relato sino plantearnos el recto uso de los bienes, en el ámbito personal y comunitario, desde los criterios que brotan del servicio y la gratuidad como Lucas le proponía a la comunidad a la que dirigió su evangelio.
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