miércoles, 27 de julio de 2022

 


Humanismo Cristiano


Aprender a desahogarse

De manera que en el arte de conversar es importante no tanto lo que decimos sino saber escuchar a quien deposita su confianza en nosotros para desahogarse.


Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente: Catholic.net





Cuando nos quedamos con lo malo dentro, aquello puede podrirse, las emociones contenidas pueden hacer daño. Necesitamos desaguaderos para las cosas sucias, como las lavadoras. El agua estancada y sucia se pudre, esas emociones pueden dar energía negativa, que se acumula en el cuerpo provocando tensiones de todo tipo, también musculares. 

A algunas personas les sirve escribir las cosas que colapsan la mente en esos casos, o ponerse música adecuada y relajar el cuerpo o bailar para liberar todo eso, ir al monte a pasear, darse un buen baño o ver una película preferida. Pero yo propongo por encima de todo hablar.

Hay muchas maneras de conversar. Con unas personas hablamos de deporte, de cuestiones banales… con otras podemos abrir nuestra alma, hablar de lo que de verdad nos importa. No podemos hablar de todo con todos. La conversación va según las afinidades que tenemos con quien hablamos. Con unas personas nos sale natural comentar ciertas cosas que con otras nunca comentaríamos: porque es una persona amiga, porque conoce el tema del que vamos a conversar, etc. Y al hablar con un amigo, a medida que contamos cosas, nos vamos aclarándonos las ideas, o bien sacamos aquella rabia interior o se desvanece un trauma nada más contarlo. 

A veces sentimos esa necesidad de desahogarnos y no con cualquiera, sino con quien nos inspira confianza. Serán los problemas con el cónyuge, o del trabajo, o cualquier contrariedad. Poder hablar nos ayuda a tomar criterio, y serenarnos de paso. Sería de mal gusto hacer esas críticas en público, o a alguien inadecuado. Todo ello, por otra parte, forma parte de un secreto natural que no puede revelarse a terceros (salvo casos excepcionales: que sea necesario para el bien común o la persona que nos lo cuenta, por ejemplo si padece distorsiones psiquiátricas y peligra su vida)... 

Quien escucha, no juzga, ni da consejos si no se piden: pues, en el calor de la conversación que contiene aún la emotividad, los recuerdos se distorsionan y solo al cabo de unos días aquello que parecía una tormenta tremenda con grandes nubarrones, se ha desvanecido; incluso si entonces le preguntamos a la persona por aquel problema, a veces nos responde: “¿qué problema?” Aconsejar a destiempo, sin prever las consecuencias, es faltar a la amistad, pues no es toda la verdad lo que escuchamos, sino la perspectiva que se veía a través de la emotividad del momento. 

Recuerdo un amigo que me habló de unas preocupaciones, durante cerca de media hora. Más que consejos lo que necesitaba era un desahogo. Luego, me dijo: “ya me he desahogado, no sigo hablando de eso porque me configuraría negativamente”. Me pareció un comentario de lo más sabio: al hablar de cosas negativas más que lo que es necesario, podemos “configurarnos” negativamente. 

De manera que en el arte de conversar es importante no tanto lo que decimos sino saber escuchar a quien deposita su confianza en nosotros para desahogarse, desvelar una amargura, etc. Pero es importante no hacer crítica de los demás, incluso si nos desahogamos podemos esforzarnos en contar los hechos sin verter hiel sobre las personas. La angustia y otras perturbaciones de la mente pueden hacernos ver las cosas negativamente, y si no se pone un “semáforo” que cese con lo negativo, nos configuramos cada vez más negativamente, y lo vemos todo más negro: hasta el alma más pura tiene sombras, o podemos sospechar de que las tiene, y amargarnos con ello. Un buen ejercicio sería que al darnos cuenta, procuremos dedicar al menos el doble de tiempo a hablar de cosas positivas, que ahogando en bien la negatividad que habíamos tenido: hablar bien de los demás, hablar de cosas positivas, y sonreír. Eso crea una configuración positiva, que da hasta más salud.

 


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