Aprender a desahogarse
De manera que en el arte de conversar es
importante no tanto lo que decimos sino saber escuchar a quien deposita su
confianza en nosotros para desahogarse.
Por: Llucià Pou Sabaté | Fuente:
Catholic.net
Cuando nos quedamos con lo malo dentro, aquello puede podrirse, las emociones contenidas pueden hacer daño. Necesitamos desaguaderos para las cosas sucias, como las lavadoras. El agua estancada y sucia se pudre, esas emociones pueden dar energía negativa, que se acumula en el cuerpo provocando tensiones de todo tipo, también musculares.
A algunas personas les sirve escribir las cosas que colapsan
la mente en esos casos, o ponerse música adecuada y relajar el cuerpo o bailar
para liberar todo eso, ir al monte a pasear, darse un buen baño o ver una
película preferida. Pero yo propongo por encima de todo hablar.
Hay muchas maneras de conversar. Con unas personas hablamos
de deporte, de cuestiones banales… con otras podemos abrir nuestra alma, hablar
de lo que de verdad nos importa. No podemos hablar de todo con todos. La
conversación va según las afinidades que tenemos con quien hablamos. Con unas
personas nos sale natural comentar ciertas cosas que con otras nunca
comentaríamos: porque es una persona amiga, porque conoce el tema del que vamos
a conversar, etc. Y al hablar con un amigo, a medida que contamos cosas, nos
vamos aclarándonos las ideas, o bien sacamos aquella rabia interior o se
desvanece un trauma nada más contarlo.
A veces sentimos esa necesidad de desahogarnos y no con
cualquiera, sino con quien nos inspira confianza. Serán los problemas con el
cónyuge, o del trabajo, o cualquier contrariedad. Poder hablar nos ayuda a
tomar criterio, y serenarnos de paso. Sería de mal gusto hacer esas críticas en
público, o a alguien inadecuado. Todo ello, por otra parte, forma parte de un
secreto natural que no puede revelarse a terceros (salvo casos excepcionales:
que sea necesario para el bien común o la persona que nos lo cuenta, por
ejemplo si padece distorsiones psiquiátricas y peligra su vida)...
Quien escucha, no juzga, ni da consejos si no se piden: pues,
en el calor de la conversación que contiene aún la emotividad, los recuerdos se
distorsionan y solo al cabo de unos días aquello que parecía una tormenta
tremenda con grandes nubarrones, se ha desvanecido; incluso si entonces le
preguntamos a la persona por aquel problema, a veces nos responde: “¿qué
problema?” Aconsejar a destiempo, sin prever las consecuencias, es faltar a la
amistad, pues no es toda la verdad lo que escuchamos, sino la perspectiva que
se veía a través de la emotividad del momento.
Recuerdo un amigo que me habló de unas preocupaciones,
durante cerca de media hora. Más que consejos lo que necesitaba era un
desahogo. Luego, me dijo: “ya me he desahogado, no sigo hablando de eso porque
me configuraría negativamente”. Me pareció un comentario de lo más sabio: al
hablar de cosas negativas más que lo que es necesario, podemos “configurarnos”
negativamente.
De manera que en el arte de conversar es importante no tanto
lo que decimos sino saber escuchar a quien deposita su confianza en nosotros
para desahogarse, desvelar una amargura, etc. Pero es importante no hacer
crítica de los demás, incluso si nos desahogamos podemos esforzarnos en contar
los hechos sin verter hiel sobre las personas. La angustia y otras
perturbaciones de la mente pueden hacernos ver las cosas negativamente, y si no
se pone un “semáforo” que cese con lo negativo, nos configuramos cada vez más
negativamente, y lo vemos todo más negro: hasta el alma más pura tiene sombras,
o podemos sospechar de que las tiene, y amargarnos con ello. Un buen ejercicio
sería que al darnos cuenta, procuremos dedicar al menos el doble de tiempo a
hablar de cosas positivas, que ahogando en bien la negatividad que habíamos
tenido: hablar bien de los demás, hablar de cosas positivas, y sonreír. Eso
crea una configuración positiva, que da hasta más salud.
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