Domingo 4 de diciembre- 2° de adviento
Mateo 3, 1-12
La predicación del Bautista nos anima a la conversión. «Conviértanse porque está cerca el Reino de los cielos». No es cuestión de un cambio superficial de conducta. Cambiaremos si trabajamos nuestro interior y nos abrimos a lo que de verdad nos llena de Vida.
Tenemos que recordar que lo que celebramos los cristianos en la Navidad no es, simplemente, que hace dos mil y pico de años, nació el Señor en Belén de Judá. No se trata de un simple recuerdo. Es una afirmación de fe: Desde aquella noche en la cueva, en el pesebre, hay un «Dios-con-nosotros», hay un Dios que forma parte de nuestra historia, de nuestros caminos, hay un Dios que vive mi vida conmigo, con el que me puedo encontrar a solas, al que siento, con el que dialogo, y que tiene como misión ayudarme a vivir una vida con sentido, que merezca la pena, de la que me pueda sentir orgulloso, en la que consiga ser feliz.
No necesariamente «vendrá el Señor» justo el día 25 de diciembre. El Señor está continuamente viniendo, saliendo a nuestro encuentro, en las mil situaciones de nuestra vida... y hay que saber reconocerlo y recibirlo. No sea que nos pase como al posadero de Belén: Que le cerremos la puerta en las narices porque ya no nos queda sitio.
Sólo si tenemos la fe, la confianza, la seguridad de que «viene Dios», tendrá sentido que celebremos estas fiestas.
Por eso es necesario encontrar un espacio y un tiempo para que cada uno vea lo que tiene que preparar y cómo tiene que prepararse para que ese desierto, ese vacío, esa tristeza que hay en nuestro corazón cambie y permita que el Señor pueda volver a pasar por nuestra vida, y quedarse en ella.
No podemos convertirnos de un día para otro, pero sí podemos acercarnos a la Palabra; sí podemos tratar de conocer mejor a Jesús y dejarnos fascinar por él. Y para ello, podemos orar, contemplar, leer, celebrar bien la eucaristía, practicar el silencio… Escuchar más, y hablar menos. Estar más pendientes de los otros, y un poco menos de nosotros mismos. No permitir que la Televisión y las Redes invadan nuestros tiempos libres, en definitiva, podemos dejar que el Espíritu crezca en nosotros, desde dentro, como una semilla que va germinando hasta convertirse en un árbol capaz de dar fruto. Y será hermoso que esta Navidad sea «feliz» porque haya renacido algo/Alguien en nosotros.
Basado en la reflexión de “Ciudad Redonda”
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