lunes, 26 de septiembre de 2022

Mirar a los demás...

REFLEXIÓN

 

Domingo 25 de septiembre, 26 durante el año

Lucas 16,19-31



 

 

La primera y la segunda lectura presentan respectivamente dos ejemplos de vida totalmente opuestos: En la primera Amós denuncia al que se siente satisfecho y vive solamente para sus placeres. Su pecado más grave no consiste, en realidad, en ese mismo disfrute, sino sobre todo en el olvido y el desprecio hacia la suerte de los que sufren. Por eso, advierte el profeta, los que así actúan acabarán padeciendo una suerte similar a la de los que han despreciado. Y es que las riquezas de este mundo son efímeras, y quien se entrega a ellas como está labrando su propia perdición.

 Por eso, advierte el profeta, los que actúan así acabarán igual a la de los que han despreciado. Y es que las riquezas de este mundo son efímeras, y quien se entrega a ellas está cultivando su propia perdición. El segundo tipo de vida camina en dirección contraria: Pablo exhorta a su discípulo Timoteo a comportarse como un “hombre de Dios”, y enumera las cualidades que debe  tener: justicia, piedad, fe, amor, paciencia, delicadeza.. Son cualidades propias de quien vive en la tensión de un combate, el combate de la fe, que significa el testimonio de vida de quien cree en Jesucristo. Jesucristo es el camino que nos lleva a una vida plena, a una vida de total comunión con Dios y con los hermanos. Pero esa comunión empieza ya en esta vida: quien cree en Jesucristo no puede estar ocioso ni ocuparse sólo de su propia satisfacción, física o espiritual: ha de ser alguien que se dedica a tender puentes de comunión,

El rico Epulón, que banqueteaba cada día, es la figura que en la parábola de Jesús encarna a los satisfechos de Amós. Su mayor pecado no es la gula o la lujuria, sino su insensibilidad, su ceguera para ver la necesidad del que, a la puerta de su casa, ansiaba saciarse con las migas de su mesa, pero que no lo conmovió, y fue tratado peor que los perros que vagaban por allí. Frecuentemente la gula, la lujuria, nos hacen egoístas, nos ciegan para descubrir las necesidades de los otros: su hambre y sed, su desnudez y enfermedad, su falta de afecto y autoestima.

No es Dios el responsable del hambre y los sufrimientos del pobre Lázaro. Las grandes diferencias que hay entre ricos y pobres, entre víctimas y verdugos, entre poderosos y débiles, no son un destino inevitable, ni son insuperables. Lo hemos creado nosotros. Y podemos y debemos superarlos nosotros y, precisamente, en esta vida, en este mundo, en este tiempo en que vivimos. Después ya será demasiado tarde. No es que el que sufra injusticias acá recibirá una futura recompensa en el más allá.

Esta vida limitada en el espacio y el tiempo es el tiempo de nuestra responsabilidad, en el que decidimos nuestro destino, nuestro “tipo” (el del satisfecho, o el del hombre de Dios) y, en cierta medida, la suerte de los que están cerca de nosotros. Lo que hagamos en este tiempo y espacio, que Dios nos ha regalado por completo, quedará así para siempre.  la vida es cosa seria. Hay cosas con las que no se debe jugar. La verdadera fe cristiana es una llamada a esa seriedad de la vida, a la libertad responsable, al testimonio de fe, con el que vamos construyendo ese camino que nos vincula con los demás y nos conduce a la vida eterna, a la vida plena.

En realidad, Dios no nos ha dejado solos. En nuestra conciencia y también en la Revelación encontramos múltiples indicadores que nos ayudan a tomar la decisión correcta, el modo de encontrar el camino que nos lleva a “la casa del Padre”. Es cierto que hay situaciones conflictivas y difíciles en las que no es tan sencillo acertar con la solución correcta. Pero nadie nos pide imposibles. Si tenemos buena voluntad, lo importante es que tratemos de hacer las cosas lo mejor que podamos. Además, estamos en proceso y también se puede aprender de los errores. No se nos pide ser perfectos, sino adoptar una orientación fundamental que rechace la de la primera lectura y adopte la de la segunda.

 Dios siempre respetará nuestra libertad. Nos hace la propuesta, nos señala el camino, pero es muy respetuoso de nuestra libertad, y nos da la oportunidad de una respuesta basada en la fe, es decir, en la confianza. Ahí, claro, está el riesgo de nuestro posible “no” a su oferta. Pero ese riesgo es inherente al respeto de la libertad. Además, lo importante aquí es un corazón bien dispuesto.

Consultado: Ciudad Redonda

 

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