Domingo 28 de agosto. 22º durante el año
Lucas 14, 1. 7-14
Frecuentemente
Jesús era invitado a comer por los fariseos. Es cierto que en más de una oportunidad
Jesús reprendía la arrogancia y la hipocresía de muchos miembros de ese grupo
religioso, pero esa crítica no caía de ninguna manera sobre todos, porque no
eran todos iguales y muchos se sentían atraídos por la personalidad del Señor. Incluso
entre ellos estaban los que atacaban y criticaban a los fariseos hipócritas con
la misma severidad que lo hacía Jesús. O
sea que había muchos fariseos que se sentían felices de poder tener a Jesús
sentado a su mesa en un almuerzo o en una cena.
En esta
ocasión, el que lo invita, uno de los principales jefes religiosos, ocupa la
cabecera de la mesa y le ofrece a Jesús un puesto a su lado. Los demás se desesperan por ocupar los
lugares más cercanos a ellos, para participar de la charla y sentirse
importantes
Jesús observa todo eso y aprovecha la oportunidad para comenzar su enseñanza: Entonces les cuenta dos parábolas que se refieren a un banquete.
Siempre
que Jesús habla de banquete o de fiesta de bodas se refiere a la gran fiesta de
la salvación, al recuentro de Dios con su pueblo, al cual todos estamos
invitados.
La
Parábola de Jesús presenta dos actitudes posibles entre los que acepten esta
invitación: En primer lugar están los que se consideran a sí mismos como los
más importantes y sin esperar ninguna indicación quieren ocupar los primeros
lugares. Eso, dice Jesús, no está bien, no es a nosotros a los que nos toca
decidir cuál es el lugar que nos corresponde. Era uno de los principales
defectos de los fariseos: creerse mejores que los demás, despreciando a los que
no eran cómo ellos. Jesús recomienda la
otra actitud: quedarnos atrás, sabiéndonos iguales, con nuestras virtudes y
nuestros defectos y sintiéndonos servidores, sin esperar ningún privilegio.
En el
Reino de Dios las cosas suceden de esta manera: Quien pretenda ser más, quedará avergonzado.
Pero aquel que se considere menos, será respetado.
Seguramente
aquellos hombres que estaban sentados a la mesa con Jesús habrán comprendido la
enseñanza del Maestro. También hoy tenemos que entenderlas nosotros, porque a
veces, igual a los fariseos, nos creemos mejores y con ciertos privilegios, por
ejemplo porque hace mucho tiempo que pertenecemos a la iglesia, y quizás hay
otros recién llegados que según nuestra manera de pensar merecen el último
lugar, y no hacemos nada para que se sientan cómodos. También nos imaginamos
que nos corresponde el primer puesto junto a Dios y se nos olvida que el que
está más cerca de Él es el que es humilde, consciente de sus faltas y que se hace servidor de los demás .
Después se
dirige al dueño de la casa y le dice otra parábola: ¿A quién hay que invitar
cuando se hace el banquete? Y hace otra
comparación queriéndonos enseñar que cuando invitemos no lo hagamos pensando
sólo en los que nos van a devolver la atención y de alguna manera nos darán
nuestra recompensa.
Lo que
quiere decir es que no tenemos que hacer el bien pensando en el premio que
vamos a recibir o en que se nos va a dar
algo a cambio. Por el contrario tenemos que
aprender a compartir todo lo que tenemos si esperar que luego se nos devuelva o
nos paguen intereses. Si lo hacemos por interés y no desde el amor, pierde todo su sentido, no tiene ningún valor. Esa no es una actitud cristiana.
Con estas
dos parábolas Jesús nos enseña cuáles
son las actitudes que debemos tener los cristianos: humildad y desinterés.
Dos ideas
para pensar y rezar, relacionadas con las
parábolas del próximo domingo:
· La primera ¨Señor, ¿dónde me quieres? Estoy en el lugar correcto?...lo que hago es sincero, es lo que tengo que hacer? o es para aparentar y mostrarme más importante?
· La segunda es sobre para qué hago las cosas, busco que me retribuyan? O lo hago desinteresadamente, sólo por el crecimiento del Reino?
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