Domingo 24 de julio
Lucas 11, 1-13
Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos.
Los discípulos se acercaron a Jesús y le pidieron: "enséñanos a orar". Desde aquel día, los que siguen a Jesús saben orar como hijos, y levantan el corazón hacia su Padre.
Para algunas personas parece que la oración es lo más fácil del mundo, pasan horas orando sin distraerse y sin experimentar ningún cansancio. Sin embargo, cuántos somos los que sentimos la oración como algo difícil y penoso.
Se nos está olvidando lo que es orar. Hemos reducido el tiempo dedicado a la oración y a la reflexión interior. A veces la excluimos prácticamente de nuestra vida.
Pero no es esto lo más grave. Parece que estamos perdiendo capacidad de silencio interior. Ya no somos capaces de encontrarnos con el fondo de nuestro ser. Distraídas por mil sensaciones, encadenadas a un ritmo de vida agobiante, estamos abandonando la actitud orante ante Dios.
Por otra parte, en una sociedad en la que se acepta como criterio primero y casi único la eficacia, el rendimiento o la utilidad inmediata, la oración queda devaluada como algo inútil.
Cuando oremos, nos dijo, no deben dirigirse al Dios todopoderoso y eterno, sino a Abbá, nuestro padre, nuestra madre. Y pedir lo importante; el Reino, el alimento, el perdón y la liberación de la esclavitud a que nos somete el mal. Limpiemos el corazón de todo rencor para poder orar.
Sí, necesitamos orar. No es posible vivir con vigor la fe cristiana ni la vocación humana si no nos alimentamos interiormente. Tarde o temprano experimentamos la insatisfacción que produce en el corazón humano el vacío interior, lo cotidiano, el aburrimiento de la vida o la incomunicación con Dios.
Necesitamos orar para encontrar silencio, serenidad y descanso que nos permitan sostener el ritmo de nuestro quehacer diario. Necesitamos orar para vivir en actitud lúcida y vigilante en medio de una sociedad superficial y deshumanizadora.
Necesitamos orar para enfrentarnos a nuestra propia verdad y ser capaces de una autocrítica personal sincera. Necesitamos orar para irnos liberando de lo que nos impide ser más humanos, mejores personas, para crecer como cristianos. Necesitamos orar para vivir ante Dios en actitud más festiva, agradecida y creadora.
Felices los que también en nuestros días son capaces de experimentar en lo profundo de su ser la verdad de las palabras de Jesús: «Quien pide está recibiendo, quien busca está hallando y al que llama se le está abriendo».
A Dios se llega con el corazón; se llega con la oración, pero nos resulta muy difícil “elevar el corazón a Dios”
El destinatario es Abbá. Sabemos que Dios es para Jesús 'Abbá'. En este momento, cuando Jesús nos enseña que debemos dirigir nuestra oración a Abbá, nos hace entrega de su Dios, de su propia relación con Abbá. Nuestra oración no es al Poderoso, al Juez, al Amo, es a Abbá. Esto significa también que los que oramos no somos los esclavos, los temerosos, los asalariados... sino los hijos.
Nuestra oración es una relación del hijo con su Padre. Esto trae como consecuencia primera que el planteamiento esencial es la seguridad de ser escuchado y atendido. No tenemos que ablandar a Dios con súplicas lastimeras, ni arrancarle el perdón o la protección a base de cansarle los oídos. "Ya sabe el Padre celestial lo que necesitamos". "Gracias Padre porque siempre me escuchas".
El Padrenuestro es por tanto la oración de los hijos. Es una oración "en el espíritu", y es, mucho más que una serie de pedidos, una profesión de fe, una confesión pública de nuestra relación con Dios y con los demás.
Para rezar el Padrenuestro necesitamos elevarnos por encima de la mediocridad y hacer un acto consciente de que somos hijos, constructores del Reino, y de cuáles son los valores supremos del reino. Recitar el Padrenuestro es un fuerte desafío a la tibieza de nuestra fe. Pero lo profesamos así avalados por el mandato de Jesús.
Con frases muy breves y simples, Jesús nos insiste en que debemos pedir confiadamente: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Debemos orar con la certeza de que Dios nos está escuchando.
Busquemos la forma y las horas para la oración que más nos aprovechen. Solos o acompañados. Recordemos que cuando dos o tres se reúnen en su nombre, Jesús está en medio de ellos.
Se consultó: Comentarios de FE ADULTA
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