viernes, 12 de agosto de 2022

Pensar antes

 

Domingo 14 de agosto- 20º del T.O.

Lucas 12, 49-53


El evangelio que nos toca reflexionar comienza con una afirmación fuerte, con un lenguaje desconcertante: “Vine a poner fuego sobre la tierra, ¡y cómo quisiera que ya estuviera ardiendo”.  Es esta la esencia de todo el mensaje más allá de la confusión que puedan provocar sus palabras. El fuego al que se refiere Jesús no es el que arrasa bosques sino el fuego interior que nace de la energía y pasión por vivir en libertad y en plenitud.

Jesús crece en el seno de una sociedad de desiguales; de gente aceptada por Dios y gente rechazada por Él. Escucha en la sinagoga que Dios derrama bendiciones sobre los buenos y envía desgracias a esa gran mayoría del pueblo que se ve condenada a una vida de miseria y exclusión por causa de sus pecados. A él se le revuelven las entrañas al ver lo que sufre aquella pobre gente rechazada y desalentada, y se siente cada vez más incómodo dentro de esa fe que los condena de por vida…

Se acaba rebelando, sale de su casa y comienza a recorrer los caminos de Galilea anunciando que Dios no es el juez que nos castiga por nuestros pecados, sino el padre que nos ama incondicionalmente como aman las madres. Sabe que esta idea de Dios choca con la de los letrados y los fariseos, pero no se acobarda y mantiene un permanente enfrentamiento con ellos que al fin le cuesta la vida.

A aquella «chusma maldita que no conoce la Ley» —según expresión de los fariseos— les dice que no son unos pobres desgraciados como todos aseguran, sino que tienen la dignidad de hijos de Dios y son herederos de su Reino; que son los más importantes a Sus ojos, por delante de los sacerdotes, los doctores y los fariseos.

Y no solo les habla, sino que cura sus enfermedades, les enseña y se ocupa de ellos como nadie lo había hecho jamás... Para aquellos míseros, malditos, desarrapados, excluidos, marginados, empecatados, abandonados, ignorados, a veces cojos o ciegos, casi siempre impuros, aquello es el reino de Dios en la tierra. Ya no hay que esperar más; está allí, junto a ellos.

Las autoridades se sienten fuertemente agredidas por ese charlatán que conquista a la gente, porque si lo que dice y hace influye, todo el poder y el dominio que tienen acabarán por desaparecer. Cuando sube a Jerusalén y ven el entusiasmo que provocan sus palabras, temen que su fuego se transmita a la gente y haga arder la sociedad entera.

Y se ponen de acuerdo para matarlo.

En definitiva, Jesús declara la guerra a la opresión, a la injusticia, a las leyes injustas, y tienen que matarlo para que su fuego no rompa las estructuras de Israel y termine con sus dirigentes.

 Jesús es consciente de que su mensaje transformador no es neutral y que, tomado en serio, va a generar división porque es necesario tomar postura con audacia y libertad en esta nueva propuesta.

Este texto tan duro es una invitación para que pensemos antes de hablar, de actuar, de tomar decisiones. No se trata de crear divisiones y discusiones allá donde vayamos. Se trata más bien de vivir la vida y la fe como una opción arriesgada y aceptando las consecuencias de ser auténticos viviendo este fuego, del que habla Jesús, con coherencia y libertad.

 

 

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